Me ocurrió y sé que sucedió en realidad. Uno está acostumbrado a dejarse llevar por las historias de visitantes de la noche, pero cuando lo ha vivido en carne propia todo cambia. Fue en ese momento en que aún el sueño no me había embargado por completo. La noche me terminó atenazando, me paralizaba. Poco a poco las sombras iban cayendo sobre mí, como un raro horizonte del que no se sabe nada. En esos instantes, uno acaba olvidándose de los diferentes ratos que ha vivido en el día que se acaba. Y se abre un nuevo umbral, ignoto, repentinamente maléfico. Cruzando ese umbral se adentró aquella vez en mi habitación una criatura que era apenas un perfil, un vaho que se iba moviendo y se acercaba paulatinamente hacia donde me encontraba yo, tumbado en la cama, con los ojos negándose a cerrarse. Porque, de alguna manera, temían ese velo de la noche que amenaza y que inquieta. Se quedó muy próximo a mí y sentí la frialdad de su mirada tratando como de escudriñar mis pensamientos. Experimenté algo muy parecido a una sensación de dolor, pero no en mi cuerpo, no en mis brazos ni en mis piernas. No sentía ninguna opresión en el pecho. Era como si aquel ser estuviese hurgando en mi mente, en mis recuerdos.. Hurgando y hurgando, sin pausa, sin miramientos ni escrúpulos. Dentro de mí, sentí al fin que lo que sucedía era que aquel visitante ignominioso me estaba robando palabras, frases, historias escritas por mí, anécdotas que había plasmado en mi blog. Me robaba mis escritos. Porque a eso era a lo que había venido aquel monstruo, a arrebatarme lo mío y hacerlo pasar como suyo en el lugar inmundo del que procedía. A desposeerme de mis pensamientos, de todo lo que había creado por mí mismo. Era el demonio del plagio, el estúpido demonio incapaz de pensar por sí mismo, de crear lo suyo propio, porque era de los demonios que son incapaces de crear. El demonio del plagio, íncubo de la desfachatez, súcubo de la miserable mediocridad humana a la que se aferran y de la que se alimentan. Se iba a ir como una exhalación, con su botín de historias mías, frases mías, a su inframundo poblado por otros demonios plagiadores como él mismo. Pero antes de que se fuera, salí de la parálisis del sueño en que me había sumido aquel ente y lo agarré por aquellos andrajos que vestía. Lo vi encarárseme, con ira, con malevolencia. Fue el momento que aproveché para dar un paso más y asir el amasijo inmundo que estaba situado donde suele haber un corazón en los seres vivos. La criatura estaba tan enfrascada en su ira que no se apercibió de que la tenía a mi merced. Yo sólo tenía que apretar con más fuerza mi mano. Apretar cada vez más. Cada vez más. Y el amasijo que tenía en vez de corazón iba cediendo, debilitándose, deshaciéndose, desapareciendo.
(Autor del texto: Omaha Beach Boy)
(Autor del texto: Omaha Beach Boy)