
Con el paso inexorable de los siglos lo he podido saber. No ocurrió así al principio, cuando acababa de convertirme en vampiro y se abría ante mis ojos la esencia lúgubre del mundo en que vivimos los de mi especie. Entonces me deleitaba, de otra manera, con las cacerías. Gozaba de la mirada paralizada de mis víctimas y luego me entregaba al fluir de su sangre en mi boca. Era un placer meramente carnal, un placer de subsistencia. Con el tiempo, he podido descubrir lo que de veras me alimentaba de mis presas. No era su sangre, no era la fragilidad de su existencia mortal, ni la endeblez de sus cuerpos ya exánimes a los pocos minutos. Cómo no pude percatarme antes de que lo que de verdad me alimentaba era su odio, ese odio oculto, disfrazado a veces de una bondadosa hipocresía, de falsas amabilidades, de ritos religiosos vacíos. Ese odio en el que los mortales, sin que os apercibáis de ello, cohabitáis, ajenos a vosotros mismos. Perpetuad vuestro odio -disimuladlo en la forma en que más os complazca pero perpetuadlo- que yo me alimentaré de él, para toda la eternidad.
(Omaha Beach Boy, alias Voivoda Vlad Dracul)
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