
Sentía el leve rumor de la sangre, un exquisito fluir que los mortales no imaginaban. Los mismos mortales que buscaban su mordedura como una forma de apropiarse de la eternidad que les era negada por nacimiento. Pero el vampiro no acudía a todas las llamadas. Sobrevolaba aldeas oscuras, perdidas en la lejanía del mundo. Se adentraba en las alcobas para olisquear la sangre palpitante de los seres inferiores, lo hubiesen o no convocado. Pero no de todos ellos tomaba la sangre purificadora. Nadie se apercibía de la presencia del vampiro. Y de esa manera, cuando y como quería, se apropiaba del hálito vital de sus víctimas. En los feudos de su eternidad no debía explicaciones a ningún otro ser.
Omaha Beach Boy (alias Voivoda Vlad Dracul).
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Sanguis vita est.
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